Tiene los ojos verdes más grandes y redondos del mundo y aunque en verano cumplirá dos años, es una niña chica; lo será toda la vida.
Laia no va a crecer, es una beba eterna, una Peter Pan, le encanta serlo y a mí que lo sea. Es la que se mete en los areneros cuando los limpias porque le encanta ser la protagonista, la que pone caras monas delante de la cámara y pierde los papeles al oler algo rico (y a ella le parece que todo está rico). Aficionada a los saltos y a cotillear en la ventana, monta el escándalo cuando juega con los demás que parece que la están matando y en cuanto la sueltan corre de nuevo a buscarles porque en el fondo, le encanta el drama. Es una sinvergüenza de toda la vida, sin miedo ni inseguridades.
Una gatita cariñosa, delicada y tierna cuando le da la gana y una kinki muerde pies cuando no.
No ha vivido nunca en la calle y tampoco ha tenido nunca madre. La abandonaron en la perrera cuando apenas había abierto los ojos, ese ojazos transparentes llenos de inocencia y picardía a partes iguales.
Mi Laia es la gata perfecta para cualquier familia y qué pena, de verdad, qué pena tan enorme que nadie en tantos intentos haya sabido verla.
Lo volveremos a intentar porque quién sabe, a lo mejor en una de estas alguien se da cuenta.
Está en Sevilla y puede viajar.