Amaya llegó a un colegio de primaria y por su morro moreno que ella no se iba de allí, se la llevaban del patio y ella se buscaba la manera de volverse a colar, total que a la hora de irse los chiquillos y cerrar, los profes y conserjes dijeron que a ver qué hacían, que es que si seguía encabezonadita al final se la iba a llevar la perrera. Por lo visto está prohibido, por ley, que haya perros y gatos en los colegios.
Pero en sus planes no entraba volver a la calle. Tenía mucha sed, mucha hambre, estaba muy cansada. Y que no y yastá.
Entró a la residencia como una estrella un poco derrotada por la crueldad que siempre supone el abandono, pero en tres días se vino arriba de mala manera y brilló con luz propia. Se marchó en acogida y empezamos a buscar familia, sin mucha suerte.
Necesita una familia más o menos activa a la que le gusten los deportes al aire libre, las rutas, las excursiones... Amaya adora el agua y sabe nadar. Es toda una aventurera, no le da miedo nada, que no siempre es algo bueno y le obsesionan los pájaros de todo tipo (incluido patos).
Convive genial con otros perros y puede vivir en un piso o una casa.
